miércoles, 30 de noviembre de 2016

EL DIA QUE EL BALÓN NO PUDO RODAR...


El dolor rebota, como un balón, por toda la América Latina desde el pasado lunes, 28 de noviembre, al enterarnos del desastre aéreo que acabó con el sueño de 21 jugadores del equipo Chapecoense, de Brasil; jugadores que este miércoles protagonizarían la final Sudamericana, en Colombia. 

En total fallecieron más de 70 y tanta personas; hubo cinco sobrevivientes, entre esos dos jugadores. Nunca, podremos entender al destino, menos en momentos como estos donde varias ilusiones encadenadas en una sola se congela y queda con una interrogante ¿cómo pasó? y ¿por qué ocurrió?.

No somos egoístas con las otras almas que se fugaron, en un golpe seco; este dolor igual parte corazones de familias que quedaron, a la espera en una terminal, a donde nunca nadie llegó, ni llegará nadie. Lo que sucede es que estos chicos venían como revestidos no sólo de talento ( ése que llevan los brasileños en su ADN); ellos se habían vestido, como los gladiadores romanos, con un ropaje fino; habían conocido el infierno de la derrota y ahora en sus sienes se veía la corona del triunfo; del que parece invencible ante cualquier rival.

En este 2016 habían derrotado gigantes como el Indepediente de Argentina; al San Lorenzo y la lista crecía; El Chape, como se le conocía en la cancha, traía el brío del pequeño que se agiganta; había borrado de su memoria el fantasma del descenso, y esperaban, con ansia, llegar a Colombia para mostrar porque se merecían pelear este encuentro; encuentro que la vida decidió retrasar y que se jugara en otro momento, porque así se cuece la historia del hombre.


A lo largo de estos días, he visto como el fútbol ha enarbolado el banderín de la tristeza solidaria; todas la canchas profesionales del mundo, antes del pitazo inicial, han sido cubiertas por un silencio gigante; un silencio frío qud se apoderado de cada jugador para rendir tributo a esos 21 corazones cuya sonrisa fue borrada por la muerte anticipada; la muerte que nadie calcula cuando se tiene la sangre llena de juventud y deseos por ser campeones.

Para quienes amamos el fútbol y seguimos la carrera de los clubes; de las federaciones y ligas sentimos que estos 21 soldados continuarán por mucho más tiempo en la memoria colectiva de toda nuestra latinoamérica, tierra donde nos unen muchas cosas y nos separan tantas ideas a la vez.

Hoy, la cancha, donde se disputaría un nuevo juego por la Copa Sudamericana, no tenía 22 chicos pateando o cabeceando el balón; eran muchos los que vestidos de blanco, en señal de paz y solidaridad, inundaron la cancha para rendirse ante la melancolía; no hubo tarjetas amarilla ni roja; nadie fue suspendido; porque el suspenso surgió desde el pasado lunes cuando la aeronave RJ85 aerolínea Lamia de Bolivia no emitió sonido alguno y se estrelló en el Cerro El Gordo de Rionegro de Antioquia.



Por la inmediatez de las redes sociales me he enterado de las historias de madres, de hermanos, de novias, esposas e hijos, a quienes sólo les ha quedado aferrarse al recuerdo, lo único, guardado para los mortales, cuando los nuestros; los que partieron inician un vuelo sin retorno.

Las redes, póngale el nombre que quiera, han traído como un gol al corazón trozos de esas 21 vidas; trozos que van desde vídeos de estos chicos alegres a escasos minutos de la tragedia; fotos; entrevistas y así hemos reconstruido una historia desconocida y que ahora nos parece familiar. Un equipo pequeño ha escrito en grande su nombre en este deporte; los fanáticos brasileños no olvidarán a esos hombres que partieron con el deseo de darle a su país una copa más; pero, hoy, de seguro tienen la copa de la inmortalidad como los grandes guerreros que fueron..

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